En cuanto a la ciudad en sí, pues nos encantó. Dejando aparte el tema de que está absolutamente llena de turistas... es evidente que Praga tiene un encanto especial. Además, tiene el tamaño justo y la escala apropiada para que el peatón se sienta a gusto, con no demasiada presencia de coches, y con un transporte público muy eficaz.
Su plaza principal es bonita, bastante parecida a la de otras ciudades europeas (con sus torres, fachadas hiper-ornamentadas, etc), aunque no tiene nada que hacer contra la plaza del mercado de Bruselas, se siente.
Sin embargo la zona de Mala Strana es increíble. El barrio está asentado sobre una montañita, al otro lado del río respecto al centro de la ciudad, y se llega a él cruzando el famoso Puente de Carlos, abarrotado de gente y de actividad a todas horas. Allí se encuentra uno con un precioso paisaje de torres coronado por el Castillo de los Reyes de Bohemia en lo más alto de la colina, con la Catedral de San Vito en medio de su gran recinto.
El Domingo por la mañana fuimos al barrio Judío, para andar por sus calles y visitar algunas de las sinagogas que hay rapartidas en cada esquina. Y por supuesto entramos en el antiguo cementerio Judío... con más de 100.000 tumbas en un espacio no más grande del que puede ocupar una Iglesia de tamaño medio, tanto es así que llegó un momento en el que tuvieron que comenzar a enterrar los cuerpos uno encima de otro, en hasta 9 niveles superpuestos... Es un sitio muy especial, con un increíble paisaje de lápidas en las que se pudimos leer inscripciones del año 1500 y pico.
Por lo demás, pues todo muy bien. No hizo demasiado frío, no llovió casi nada, y además allí casi todo el mundo habla inglés, por lo que es fácil entenderse. Por si acaso, en el hotel teníamos un mini-diccionario con las palabras esenciales que hay que aprender en checo... fácil fácil:
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